Hoy
es 23 de Abril y ya sabéis que la Leona de Castilla que tenemos por jefa ha
declarado que aquí se conmemora la victoria de las tropas realistas… digo se
reivindica la derrota de las fuerzas
comuneras con canciones de nuestra tierra. Y la verdad es que nuestras
canciones demuestran nuestro carácter, mientras otras tradiciones son más
musicales o lúdicas, la nuestra es claramente narrativa primando siempre las
letras y sus contenidos sobre las formas y estilismos, y que podemos resumir
con ese refrán tan nuestro de “al pan pan y al vino vino”. Eso hace que sea
menos popular que otras en la que no necesitas conocer el idioma para sentir su
fuerza, pero que no por ello tiene menos lirismo como demuestra la joya que hoy
os ofrecemos.
Joaquín
Díaz es un músico y folclorista zamorano que tuvo la fortuna de conectar
fácilmente con los mayores de los pueblos que tenían en su memoria cientos de
canciones de la tradición oral castellana. Desde el instituto forma grupos folk
y ya en la Universidad dará recitales y conferencias sobre el tema, primero en
España y después por Europa y América. Decide centrarse en la investigación y
las actuaciones menos mediáticas, las cuales más que recitales eran clases
magistrales en las que se comentaba la historia de la canción antes de
interpretarla para después debatir sobre ella al finalizarla. Su obra científica
e histórica es inmensa y es el fundador de la Fundación
Joaquín Díaz que es una de las mayores promotoras del estudio y divulgación
de la cultura castellana.
Este
poema es anónimo, aunque algunos se lo atribuyen al gran poeta Juan de la Encina, y en
ella se nos narra el trance de un joven que sabe que va a morir en una hora y
que sólo desea pasarla con su enamorada, mas la muerte es implacable y esta le haya
cuando sus dedos están a punto de tocarse.
La
música está interpretada con unas guitarras españolas que sirven de apoyo a la
voz cantarina y pausada del cantante que es puntualmente acompañada por otra
voz en coro.
©
Anónimo, Joaquín
Díaz y Warner.
Letra Original:
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Yo me estaba reposando, durmiendo como solía,
soñaba con mis amores que en mis brazos los tenía. Vi entrar señora tan blanca, aún más que la nieve fría. - ¿Por dónde has entrado amor? ¿Cómo has entrado, mi vida? Las puertas están cerradas, ventanas y celosías. - No soy el amor, amante; la Muerte que Dios te envía. - Ay Muerte tan rigurosa; déjame vivir un día. - Un día no puedo darte; una hora tienes de vida. Muy deprisa se levanta, más deprisa se vestía. Ya se va para la calle en donde su amor vivía. - Ábreme la puerta, blanca; ábreme la puerta, niña. - ¿Cómo te podré yo abrir, si la ocasión no es venida? Mi padre no fue al palacio; mi madre no está dormida. - Si no me abres esta noche, ya no me abrirás, querida. La Muerte me está buscando; junto a ti, vida sería. - Vete bajo la ventana, donde labraba y cosía; te echaré cordón de seda para que subas arriba, y si el cordón no alcanzare, mis trenzas añadiría. La fina seda se rompe, la Muerte que allí venía: - Vamos el enamorado, la hora ya está cumplida. |
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